Los ecologistas y otros irresponsables proponen que por un día, en el día de hoy, los automóviles desaparezcan del mundo.
¿Un día sin autos? ¿Y si el ejemplo se contagia y ese día pasa a ser todos los días?
Dios no lo quiera, y el Diablo tampoco.
Los hospitales y los cementerios perderían su más numerosa clientela.
Las calles se llenarían de ridículos ciclistas y patéticos peatones.
Los pulmones ya no podrían respirar el más sabroso de los venenos.
Las piernas, que se han olvidado de caminar, tropezarían con cualquier piedrita.
El silencio aturdiría los oídos.
Las autopistas serían deprimentes desiertos.
Las radios, las televisiones, las revistas y los periódicos perderían a sus más generosos anunciantes.
Los países petroleros quedarían condenados a la miseria.
El maíz y la caña de azúcar, ahora convertidos en comida de autos, regresarían al humilde plato humano.
Eduardo Galeano, "Los hijos de los días", Siglo XXI, Buenos Aires, 2012
¿Un día sin autos? ¿Y si el ejemplo se contagia y ese día pasa a ser todos los días?
Dios no lo quiera, y el Diablo tampoco.
Los hospitales y los cementerios perderían su más numerosa clientela.
Las calles se llenarían de ridículos ciclistas y patéticos peatones.
Los pulmones ya no podrían respirar el más sabroso de los venenos.
Las piernas, que se han olvidado de caminar, tropezarían con cualquier piedrita.
El silencio aturdiría los oídos.
Las autopistas serían deprimentes desiertos.
Las radios, las televisiones, las revistas y los periódicos perderían a sus más generosos anunciantes.
Los países petroleros quedarían condenados a la miseria.
El maíz y la caña de azúcar, ahora convertidos en comida de autos, regresarían al humilde plato humano.
Eduardo Galeano, "Los hijos de los días", Siglo XXI, Buenos Aires, 2012
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